Lejos de indagar en la complejidad de factores económicos, políticos, sociales y culturales que comparte esta ciudad mexicana con otras ciudades del Caribe, hallé una cuestión de fondo: ¿Dónde empieza y dónde termina este territorio que conocemos como Caribe y que hace que una ciudad o nación sea caribeña?
La estética caribeña es una complejísima red de relaciones que indaga en las estructuras más profundas de la cultura que las origina. En el Caribe el arte, la lengua y la música viajan de un extremo a otro del Atlántico y dibujan un constante movimiento que tampoco se detien
e en esta zona. Algunas manifestaciones partieron de Senegal, otras de Sevilla, Cadiz, Liverpool o Amsterdam para confluir en estas tierras, tomar forma y posteriormente seguir su periplo hacia otras latitudes. Por su naturaleza nómada y mudable, que es la misma del hombre caribeño, su arte y folclor se afianzan como realidades que le pertenecen, ya que no son suceptibles de manipulación por parte de una élite económica o racial, en aras de perpetuar un sistema que arraigue sus privilegios. Su flujo y constantes transformaciones lo impiden. A pesar de que el arte nos ha mostrado la versatilida del hombre y la geografía del Caribe, un habitante de Kingston o Cartagena de Indias no puede moverse libremente por este territorio, lo cual deja muchas custiones sin resolver.
Ante la nueva situación sociopolítica que atraviesan América Latina y el resto del mundo, es preciso dejar de pensar el Caribe como se ha venido haciendo. Esto es, en términos raciales, lingüísticos y nacionales que vinen a respaldar una cartografía más imaginaria que real. Si algo ha mostrado el arte a lo largo del devenir de la humanidad, es su capacidad de indagar allí donde muchos no son capaces de aproximarse y ni si quiera de vislumbrar una tenue figura. Llegará el día en que no resulte relevante preguntarse si Campeche es o no parte del Caribe. Estas cuestiones no resolverán los problemas reales que atraviesan ésta ni ninguna de las zonas bañadas por el Atlántico. En consecuencia, es apremiante replantear conceptos como Estado y Nación en el área caribeña, dando al ciudadano la posibilidad de que al igual que el arte pueda viajar libremente a lo largo y ancho de esta geografía. Que el ser colombiano, venezolano o cubano no sea nunca más un impedimento para empaparse de la cultura de Puerto Rico o del Delta del Mississippi, de Gabón, el Congo o del neuyorquino Harlem. Para hacer de lo que en principio es una intuición una realidad, hay que partir del hecho de que los límites cartográficos del Caribe llegan hasta las fronteras mismas del imaginario caribeño. Las fronteras del Caribe van mucho más allá de cualquier acotación exclusiva o categorizante y como resultado, deben englobar todas y cada una de las zonas que han dado vida a la estética y el imaginario caribeños.
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